Tenemos memoria genética de que como
mamíferos, no podemos sobrevivir si somos excluidos y haremos cualquier cosa
para ser aptos, pertenecer y sentirnos integrados en la manada que hoy en día
es la familia, la sociedad y el sistema.
Por esta necesidad biológica y
psicología nace “El Tirano Interno”, la
auto-exigencia, que en su afán de sacar lo mejor de nosotros para ser aptos, se vuelve inflexible, como lo hizo nuestra familia,
pues sabe que es un asunto de vida o muerte cuando somos niños.
Tratamos de ser buenos, nos
preocupamos por los otros y nos sentimos responsables de los destinos de los
demás tratando de ayudarlos pues al hacer esto calmamos nuestra angustia, el miedo y dolor de la
desprotección y el desamparo. Así es como nace la “CONSTELACIÓN MEGALÓMANA”
que compensa la sensación de vulnerabilidad con la de sentirnos tan fuertes,
tan importantes, tan responsables, omnipotentes.
De esta forma nos vamos
desconectando de lo que es censurado, volviéndonos los más severos e
intransigentes con nosotros mismos, asustados de ser
quienes somos y por lo tanto proyectando esa intransigencia y severidad afuera. ¡Pobre de aquel que se atreva a ser lujurioso, malo,
sucio, grosero! Lo satanizaremos con nuestro juicio implacable como
lo hicieron con nosotros porque ¿cómo se puede dar
alguien el lujo de ser tan cínico y nosotros no podemos? Por esta
necesidad renunciamos a aspectos de nuestro Ser ya que sentimos que al ser
quienes somos no nos pueden amar, que defraudamos, que no podemos decir lo que necesitamos porque los
lastimamos, les hacemos daño y estamos siendo crueles.
Nos dan y nos aceptan si
nos portamos bien, y nos rechazan y nos excluyen si nos comportamos de la forma
que ellos consideran que corremos el riesgo de ser excluidos por la manada. Nuestros ancestros y la sociedad
hacen esto pues ellos vivieron lo mismo; les inculcaron el mismo miedo a ser
excluidos, por esto se moldearon y tratan de moldearnos en su afán de guiarnos
para sobrevivir.
Por no soportar ser malos o no
aptos, nos rebelamos, nos sometemos o nos retraemos
viviendo con culpa. Estas tres son reacciones ante los otros que no son formas
de estar que escojamos sino reacciones en función de
los otros.
En lugar de ir a las relaciones
buscando oportunidades para que fluya la radiante ALEGRÍA que soy,
aprendemos a ir a las relaciones con miedo a mostrar quienes somos por lo
tremendamente censurados que hemos sido; porque profundamente creemos que si somos
quienes somos, lastimaremos, ofenderemos a los otros al mostrarnos tal cual y
resulta, entonces que tanto al mostrarnos, como al no mostrarnos, sentimos que
no somos suficientes de cualquier forma. Por esto las relaciones se vuelven
tan peligrosas y acabamos por renunciar a pertenecer ya que implica
meternos en la jaula otra vez y ser heridos, cerrándonos
cada día más y más, desconectándonos de nuestra esencia real y del
mundo; nos excluimos y no queremos
relacionarnos para no sentirnos malos, insuficientes y responsables del dolor
del otro.
LA SALIDA DE ESTE CIRCULO VICIOSO
ES:
• Sentir
la rabia de haber sido y ser tan exigido y condicionado.
• Sentir
el dolor de no poder ser aceptados como somos.
• Entender
que no podemos ser responsables ni de la felicidad, ni del sufrimiento del otro.
• Entablar
un diálogo con el niño interno, con la parte biológica para convencerlos de que
no pertenecer no es ya de vida o muerte ahora.
• Construir
el valor interno para aceptar la soledad.
• Darse
cuenta que en la medida en la que nos exigimos, exigimos a los demás.
• Perdonarnos por exigirnos tanto y manifestar un medio ambiente tan
exigente.
Elaboren una lista de qué les exigió
cada uno de sus familiares, para que
tengan claro cuales han sido las exigencias de su medio; dense cuenta que a
veces tiene que ver con sus recursos, su esencia. Por
ejemplo:
-Mi abuelo me exigió ser
exitosa, eficiente.
-Mi abuela: femenina y
cuidadora.
-Mi madre: independiente y libre.
-Mi padre: que fuera artista, creativa, fuerte.
Y así, todos viendo mi esencia me
exigieron ser lo mejor que soy para poder pertenecer y así sobrevivir.
By Marcela Rubio